viernes, 2 de septiembre de 2016

Los sueños, sueños son...




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Los sueños son imposibles de controlar. No podemos hacer nada contra ellos, y sin embargo al despertarnos, en muchas ocasiones, nos dejan un sabor amargo...

Al principio de mi ruptura yo soñaba mucho con mi ex. Recuerdo especialmente uno de los primeros que tuve, cuando llevaba unos 2 meses de ruptura. Por aquel entonces, yo me encontraba viajando sola por Italia, haciendo un viaje fantástico y maravilloso, pero que yo era incapaz de ver y de sentir como tal, debido a mi situación emocional.
Un viaje que íbamos a hacer él y yo, pero que terminó convirtiéndose en un viaje en solitario al dejarme poco antes de las vacaciones. Como yo estaba pasando por un difícil momento personal, decidí no cancelarlo y continuar con el viaje.

En una de mis noches de hotel, soñé que aquel maravilloso viaje lo hacíamos los dos juntos. Íbamos en un coche descapotable, por una carretera. La luz era maravillosa, el sol era radiante, no dejábamos de reír mientras conducíamos aquel coche por tierras italianas.
Cuando abrí los ojos, lo primero que hice fue girar mi cabeza y palpar el otro lado de la cama, el cual noté frío, con las sábanas perfectamente colocadas, sin arrugas, y comprobé, muy a mi pesar, que él no estaba a mi lado, que estaba durmiendo sola, y aquel viaje lo estaba realizando yo sola, sin su compañía.
Rompí a llorar desconsoladamente.

Aquel sueño puso delante de mí toda la soledad, toda la tristeza que yo estaba viviendo. Era un contraste total a la experiencia que yo estaba experimentado aquellos días. 
No fue el único sueño que tuve. Recuerdo otro, en el que me encontraba sentada en la butaca de un cine, al girar mi cabeza, veo que la persona que está sentada a mi lado es mi ex. Pero no, no había venido a ver la película conmigo. A su lado había una chica, con la que no dejaba de hablar, juguetear, tontear… todo delante de mí.

Hubo otro en el que soñé que me cruzaba con él en plena calle. Él, al verme, decide cruzar a la acera de enfrente, darme vuelta la cara y hacer de cuenta que no me había visto.

Al despertar de cada uno de mis sueños, siempre me invadía un sentimiento de profunda tristeza y soledad. Un vacío interno del que era imposible escapar el resto del día. Ese sentimiento de desamparo me acompañaba el resto de la jornada.

Esta noche he vuelto a soñar con él, después de muchísimo tiempo. Soñé que nos reencontrábamos, pero al contrario que en otras ocasiones, esta vez era yo la que seguía mi camino, no con rencor u odio, si no con absoluta indiferencia.
Al despertar, recordé el sueño, y la misma indiferencia fue la que me acompañó los minutos siguientes.

El motivo por el cual soñé con él no lo tengo muy claro, quizás porque ayer recordé las malas maneras que tuvo conmigo cuando un día le enseñé unas gafas nuevas que me había comprado: “estas gafas son unas mierda!”, exclamó cuando las vio y mientras me las devolvía con cierto desprecio. Ayer, mientras las limpiaba pensaba: “Pues mira que mierda que serán, que llevo con ellas 10 años y no tienen ni un rayón…”.

martes, 19 de julio de 2016

El poder de un "ya no te quiero"



Un “ya no te quiero” o sus derivados como “ya no siento lo mismo por ti”, “ te quiero pero no como pareja”, “no sé lo que siento por ti”… tienen más poder que un Kalashnikov.
Contra ellos no hay nada que hacer.
No es culpa de la otra persona, porque a menudo deja de sentir sin darse cuenta y es un proceso que ocurre poco a poco. Nosotros iremos percibiendo sus primeros síntomas, a través de su  distanciamiento, su frialdad, pero será un proceso lento, que a menudo enmascararemos (o intentaremos auto engañarnos) con otros motivos.

Que la otra persona, llegado el momento, lo exprese abiertamente es un acto de valentía y sinceridad. No podemos reprocharle en ningún caso que haya dejado de querernos, eso no es culpa de nadie.
Cuando te dicen que ya no te quieren, o sus derivados, nos están apuntando directamente al corazón: no podemos hacer nada, y es una herida de muerte, porque la relación ya no puede continuar.  Debemos asumir, aunque con mucho dolor, que esta es la realidad que tenemos.

Podemos analizar los motivos por los cuales se ha llegado a este punto, a veces es un solo motivo, y en otras hay muchos, y en otras ni siquiera se sabe porqué.
Podemos buscar un culpable, él/ ella, yo, mis familiares, los amigos… pero no cambiarán la situación, solo conseguirán apaciguar nuestro dolor durante un breve espacio de tiempo.

Para mi desgracia, mi ex nunca me lo dijo. Nunca escuché de sus labios un “ya no te quiero”, un “ya no siento lo mismo por ti”. El haberlo escuchado me hubiera ahorrado mucho sufrimiento, y me hubiera ayudado a comprender porqué decidió dejarme.
El haberlo escuchado me hubiera hecho ver que insistirle el último día que lo ví para que volviera conmigo, iba a ser una tarea inútil y una pérdida de tiempo. Y sobre todo, que iba a alimentar en mí la falsa esperanza de un posible regreso futuro.

Cuando mi ex decidió dejarme, yo necesitaba imperiosamente escuchar de sus labios esa fatídica frase. Aunque me doliese, aunque me rompiera el corazón, necesitaba escucharla. Sin embargo, por más que se lo preguntaba nunca obtuve una respuesta clara, a veces me decía que si, que si me seguía queriendo, otras me decía que no lo sabía. Pero nunca me dijo que hubiese dejado de quererme.
Esa ambivalencia, de si, de no lo sé… me mataba.
Seguramente ni él mismo sabía lo que sentía o simplemente no quería hacerme daño, de eso estoy segura, pero lo cierto es que lo único que consiguió fue que yo me aferrase a ese “nunca me ha dicho que no me quisiese” para  seguir luchando por una relación que estaba herida de muerte.

Cuando la otra persona te está pidiendo la verdad a la cara, aun sabiendo y asumiendo que le dolerá, no hay excusas para engañarla. Está adoptando una actitud madura y valiente también, porque quiere saber ante todo qué es lo que pasa, independientemente que el resultado no sea el esperado o el deseado.

Estoy segura que nunca quiso hacerme daño, tampoco tendría motivos, yo siempre me porté bien con él, lo que pasa es que no utilizó los medios adecuados. Ocultándome que ya no me quería consiguió precisamente lo contrario: que yo sufriera más y que me sintiera muy confusa.
Gracias a ello, durante muchísimo tiempo, más de lo que cualquier persona hubiera podido aguantar psicológicamente, no dejé de preguntarme una y otra vez, día y noche, por qué me había dejado… Siempre supuse que lo había hecho porque ya no sentía lo mismo por mí, pero el no haberlo escuchado de sus labios no facilitó mucho las cosas.

Por eso ex, permíteme que te diga una cosa: fuiste un cobarde.

domingo, 19 de junio de 2016

Mis momentos...



 
Cuando mi ex desapareció, y yo decidí que el contacto 0 era lo mejor para mí, viví lo que yo pasé a denominar mis “momentos de desahogo”.

Por aquel entonces yo trabajaba como comercial para una importante empresa multinacional. Visitaba clientes continuamente, tenía reuniones comerciales semanales con bastante gente a mi alrededor, trabajaba en una oficina rodeada de mis compañeros… Y sin embargo, ninguna de estas circunstancias evitó que estos desagradables momentos sucedieran.

Comenzaban sin avisar. Con una sensación de ahogo, de tristeza infinita, con unas palpitaciones que parecían que mi corazón iba a salirse de mi pecho, me faltaba el aire y hacía esfuerzos sobrehumanos para poder respirar, y sobre todo, se caracterizaban por unas enormes ganas de llorar. Pero no me refiero a esas lágrimas que caen lentamente por las mejillas. No. Si no a esas inmensas ganas de llorar desconsoladamente, en la que se junta la tristeza, la rabia, la impotencia, y todo se mezcla hasta estallar.

Daba igual si estaba en ese preciso momento con un cliente, o hablando por teléfono, conduciendo, o duchándome. Simplemente aparecía, y yo no podía evitarlo.
Recuerdo en una ocasión que había ido a visitar a un cliente, quien estaba muy ocupado haciendo unas gestiones y me hizo pasar a una sala de reuniones. Me pidió que esperase allí, que vendría enseguida. Estuve un buen rato esperándole, quizás más de 20 minutos.
La sala era grande y tenía unos ventanales que daban a una calle bastante transitada del centro de la ciudad. Y allí estaba yo, en una primera planta, mirando por la ventana, esperando tranquilamente a que el cliente viniese. Yo me encontraba de pie, mirando a la gente pasar, cuando de repente sentí que me ahogaba, una enorme tristeza me invadió, comencé a preguntarme para mis adentros “por qué me has abandonado”, “por qué ya no me quieres?”, “qué es lo que he hecho mal?”, “te echo mucho de menos y quisiera que ahora estuvieras a mi lado, abrazarte y que el tiempo se detuviera en ese preciso instante”…
No pude contener las lágrimas, aún ante el riesgo que el cliente apareciera en la sala en cualquier momento y me viera en esas condiciones...
La respiración se me agitó, y mientras se me salían las lágrimas que me eran imposible detener, me tapaba la boca, intentando por todos los medios parar la situación. Imposible.
No tenía pañuelos a mano, y me sequé la cara como pude con las manos, por supuesto, siempre pendiente de la puerta, con el temor que el cliente entrase a la sala…

En esos momentos, en el que todo se revuelve y uno no encuentra consuelo a tanta desesperanza, yo me sentía totalmente vulnerable, débil, frágil… con el sentimiento que estaba perdiendo esta lucha, que la ruptura me estaba venciendo y estaba ganándome la batalla, y que esa tristeza parecía que había venido para quedarse y no marcharse jamás.
En esos momentos, uno piensa que la vida está siendo injusta con uno, que mientras la otra parte, el dejador, se ha librado de nosotros y seguramente esté feliz, disfrutando su vida de soltero (si es que ya no habrá encontrado sustitut@), nosotros estamos intentando contener esos momentos de desahogo que vienen sin avisar, esforzándonos en rehacer nuestra vida y seguir nuestro camino.
En esos momentos, uno se siente el ser más desdichado del mundo, que arrastra su pena, y que vaga buscando un consuelo a tanto sufrimiento. Un ser al que le gustaría desaparecer, marcharse lejos y escapar de ese momento de desahogo que, curiosamente, le ahoga…
Por suerte, pasados unos instantes, vino la calma.
El cliente entró, y mantuvimos la reunión como estaba previsto.

En otras ocasiones estos momentos aparecían mientras estaba conduciendo. No era extraño el tener que parar el coche en el arcén, sujetar fuertemente el volante y romper a llorar como si fuese el último día de mi vida. Cuántas veces desee estrellarme contra una columna de la carretera o chocarme contra un muro y dejar de sufrir!.

No era extraño el tener que abandonar una reunión comercial o la oficina para irme al baño durante unos cuantos minutos y poder encontrar un poco de paz… me encerraba en el servicio, lloraba cuanto podía y después volvía la calma. Cuando notaba que me había tranquilizado volvía a salir.

En la ducha también me sucedía a menudo. De repente me empezaba a sentir totalmente vulnerable, dolida… y rompía a llorar. Empezaba a echarle mucho de menos, a preguntarme por qué había dejado de quererme... sentía que la soledad y la tristeza del mundo eran solo mías, y lo peor de todo, tenía el sentimiento que jamas´conseguiría salir de esta, que viviría así el resto de mis días... No veía una salida al final del túnel, yo solo veía tristeza, amargura y soledad.

Dicen que después de la tempestad siempre viene la calma, y estos momentos de desahogo no eran la excepción. Después de una buena llorera, siempre venía la calma. Me sentía mejor, más relajada.
Comencé a entender que yo necesitaba eso, que necesitaba echar un poco de presión y así, poder continuar con mi lucha y mi camino.

Estos momentos me duraron casi un año después de la ruptura, y aprendí a convivir con ellos y a aceptarlos. Venían y se iban por donde habían venido. Eran una fuga a la enorme presión que yo estaba sintiendo
El problema era que no podía controlarlos,  asique terminé por pensar que estos momentos de desahogo eran necesarios para poder superar la ruptura, que formaban parte del proceso del duelo.
Cuando acepté esto, dejaron de preocuparme y pronto dejaron de ser un problema para mí. Acepté que era el momento que me tocaba vivir, y que de alguna manera me ayudaban a sentirme mejor ante tanto dolor. 

Con el tiempo se fueron espaciando sus apariciones, hasta que un día desaparecieron completamente.