Comenté en un mi anterior post como fue mi vida a nivel laboral teniendo que lidiar con una ruptura, un nuevo trabajo y los problemas familiares en casa. Ciertamente la recuerdo como la peor etapa de mi vida, de hecho, escribir el anterior post fue difícil para mí: tener que recordar aquellos tiempos, en los que no puedes con todo, pero tampoco puedes parar, porque debes seguir…
Hoy me gustaría hablar de los momentos más patéticos de mi ruptura. Algunos son para reír, y otros no tanto… Pero formaron parte de aquellos tiempos oscuros que estoy segura más de uno habrá vivido antes o después. Son momentos que aparecen, y como estás más débil o sensible de lo normal, eres incapaz de controlar, de responder o de salir airoso de la situación. Recibes la cachetada, y te quedas callado, sin decir nada, aguantando el chaparrón y asumiendo que no vales nada.
El primer momento patético sucedió unos pocos días después que mi ex me hubiera dejado. Creo que no había pasado ni una semana… Me invitaron a un cumpleaños, y allí estaban todos mis amigos. En un principio, intenté pasarlo lo mejor posible, procurando que no se me notase que estaba pasando por un mal momento, no quería estropearle el cumpleaños a mi amigo. Pero, no habiendo pasado ni una semana de mi ruptura, no pude aguantar mucho tiempo, y enseguida comencé a sentirme agobiada, triste y desolada. Se me notaba en la cara, que no estaba bien. Quería irme a mi casa. Mi mejor amiga (por aquel entonces), sabiendo que mi relación de 6 años se había ido por el desagüe hacía apenas unos días, no se le ocurrió mejor idea que llevarme al baño y echarme la bronca. Literalmente me dijo que no podía tener ese careto, y que tenía que pasar página ya… (Pues que me diga cómo se hace eso!!).
En lugar de mandarla muy lejos, me callé, aguanté el chaparrón, con unas ganas de llorar que no podía contenerme. Lo pasé mal, muy mal en aquel cumpleaños, y en lugar de irme a mi casa, que era lo que más deseaba, me quedé allí, aguantando que mi mejor amiga me echara una charla de campeonato… Me sentía tan poca cosa, tan ínfima, que pensaba que yo me merecía recibir aquellas duras palabras vacías, que no aportaban nada ni me ayudaban…
El segundo momento patético sucedió unos pocos días después. Quedé con mi ex en una estación de autobuses, después de haber roto conmigo y después de haberle insistido durante una semana para quedar. Él en un principio se negaba a verme, no me decía que no de forma tajante pero me daba largas. Al final fue tal mi insistencia que terminó accediendo. Fue la última vez que lo vi.
Hacía tan solo una semana que me había dejado, lo hizo por teléfono y aprovechó el momento para decirme que llevaba unos meses tonteando con otra chica a mis espaldas.
Aquella tarde en la estación, me trató francamente mal, con una frialdad y un aire de superioridad que daban asco. Yo no tenía que habérselo permitido. Pero en aquel momento lo hice.
Su autobús salía a las 20:00hs., y conmigo queda a las 19:00hs., es decir, me daba menos de una hora para hablar, para aclarar dudas…
Sentados en una terraza tomando un refresco, me hablaba de tonterías sin ninguna importancia, intentando no sacar el tema y perdiendo el poco tiempo que de por sí yo ya tenía… Cuando, viendo mi reloj veo que era las 19:20Hs. y que el tiempo pasaba y no hablábamos, le saqué el tema. Pues bien, cambió su actitud amable y se puso borde conmigo. Me alzó la voz, me contestaba de manera grosera, y me dijo lo más doloroso que he escuchado de su boca ante mi pregunta: “Y ahora, que voy a hacer yo sin ti?”, a lo que él me respondió: “Y a mí que me cuentas???, ese es tu problema!!!”. Las personas de las mesas contiguas nos miraron al ver que él me gritaba.
Fue un momento patético porque no supe, no pude, o lo que sea, pararle. Dejé que me tratara mal. Que me humillara, que me tratase como un trapo viejo, que me alzara la voz. Jamás debí habérselo permitido.
El tercer momento patético, fue ese mismo día, cuando después que él decide que hablar de la ruptura durante unos 20 minutos ya es suficiente, lo acompaño hasta la parada, y en un arrebato de dolor incontrolado por mi parte, y viendo que lo iba a perder para siempre, me aferro a él y le pido disculpas por todo mientras lloraba a mares.
En realidad, no sabía porqué, pero le pedía disculpas… Él no sabía ni que decirme…
El cuarto momento patético fue también ese mismo día, cuando él se subió al autobús. Yo me quedé esperando, a ver si él se arrepentía como en las películas, y decidía bajarse y volver a mi lado, pero eso nunca sucedió… Cuando el autobús cerró las puertas y arrancó, yo corrí tras él, con tacones y la calle cuesta arriba. Nunca lo alcancé. Cuando volví al coche, tenía las medias completamente rotas, el rímel se me había corrido formando dos largos caminos negros sobre la cara, y el maquillaje, con las lágrimas, se me había quedado un asco dejándome la cara con manchones. Frente al espejo del coche, tenía el aire de un payaso triste. Jamás olvidaré esa imagen de mí misma.
El quinto momento patético lo sufrí ya en la oficina. En una reunión de trabajo, mi jefe me ve que estoy distraída, poco participativa. Delante de todos, me dice: “Pero venga!!!, espabila!!”. Dejándome en mal lugar.
Cuando acaba la reunión, me dice que vaya a su despacho, y así lo hago. Me pregunta qué sucede, porque no participo de las actividades de la empresa… Y en momento de patetismo absoluto, rompo a llorar de manera desconsolada delante de mi jefe. Él no sabe ni qué decirme. Yo no le doy demasiadas explicaciones, solo le digo que no estoy pasando por un buen momento personal. Y no puedo parar de llorar… Hoy, que ha pasado el tiempo, me da mucha vergüenza recordar aquel momento…
Sufrí muchos momentos patéticos, en los que me sentía dolida, insignificante, con el autoestima por los suelos, incapaz de controlar mis emociones, de parar a quienes me trataban mal o me humillaban… porque en el fondo, el dolor por la ruptura y mi pérdida eran tan grandes, que sentía que yo merecía ese trato por parte de los demás. Me sentía tan absolutamente culpable por mi pérdida, porque en mi inconsciente pensaba que había sido yo, por mi manera de ser, por haber hecho o no algo, por haber sido de una manera o de otra, quien, de alguna manera, había empujado a mi ex para que tomase la decisión de dejarme. En definitiva, mi ex me había dejado por mi culpa.
Estos momentos patéticos alimentaban esta idea: el sentimiento de inferioridad, hundirme más en la miseria, ahogarme aún más si cabe en la humillación… y por otro lado, era una manera de autocastigarme por haber sido una mala persona con mi ex. Era mi autocastigo por haber sido una mala pareja.
Soportando humillaciones, situaciones dolorosas y angustiosas, se hacía justicia y yo pagaba mi condena de haber perdido a una persona maravillosa, que había decidido abandonarme por haber sido una persona aborrecible.
Por estos motivos, por un lado por el dolor sufrido y por otro porque pensaba que me lo merecía, tragaba con todo.
Por suerte, y pasado el tiempo, me di cuenta que esto no era cierto, y que yo no había sido ni mejor ni peor que mi ex ni que otras personas que, como seres humanos que somos, también cometen errores. No me merecía ningún castigo, porque yo no había hecho nada malo. Simplemente mi pareja había dejado de quererme, y eso, no me convertía en una persona horrible.
Estoy segura que muchos de vosotros habrá vivido estos momentos patéticos tras una ruptura. Me pasó a mí y a muchas personas que conozco. Son unos momentos difíciles, que no podremos controlar, pero que en mayor o menor medida viviremos.
Hay que ser pacientes con uno mismo, no machacarse ni torturarse, es necesario un tiempo para entender que las relaciones las forman 2 personas, al igual que las rupturas, y ambas partes son responsables de lo que sucede dentro de una relación. Cargar el peso uno solo no es justo ni fácil.