sábado, 23 de septiembre de 2017

Italia. Parte I


Imagen relacionadaItalia debe ser unos los países más bonitos para recorrer, en cada rincón se respira historia, arte, cultura… Y yo llevaba demasiado tiempo queriéndolo conocer. Pero como todo en la vida, uno planea y las situaciones y las circunstancias deciden, y a uno no le queda más remedio que adaptarse. Eso me pasó a mí… Siempre que imaginaba el viaje a Italia, mi ex estaba a mi lado disfrutando de aquel país que tanto ofrecía, los dos juntos recorríamos sus calles, visitábamos sus museos y monumentos y charlábamos con la gente de forma animada, intentando empaparnos lo máximo posible de su cultura y costumbres. Nada de eso sucedió.

Pisé suelo italiano apenas 2 meses después de la ruptura, con la única compañía de una maleta sin saber muy bien que hacía allí. En principio mi objetivo era pasármelo bien, disfrutar de aquel país de la misma manera que me lo había imaginado cientos y cientos de veces en mi mente, pero la circunstancias habían cambiado drásticamente, y yo me encontraba en pleno proceso de duelo, intentado digerir una ruptura que me había venido grande, que no era capaz de asumir ni de entender, y con el firme convencimiento que la situación era totalmente reversible.
No, no lo tenía ni mucho menos asumido, de hecho, aún me encontraba en estado de shock total. Y con este panorama, mi padre me llevó al aeropuerto, no sin sus dudas de que quizás, ese viaje no fuese una buena idea para una chica sola, por supuesto, nunca me dijo nada ni se opuso, pero yo podía intuir sus pensamientos a través de su mirada y de su nerviosismo.
Yo, por mi parte, hasta ese momento me sentía segura de mi decisión. Unas cuantas semanas atrás había tomado la firme decisión de no quedarme en casa en mis vacaciones, sinceramente, no podía haber algo más deprimente que pasarme las 2 semanas de vacaciones tirada en la cama, llorando desconsolada y esperando una llamada...

Con Internet como máximo aliado, organicé mi viaje en función de las ciudades que quería conocer:  Roma, Napoles, Florencia y Venecia. El enlace entre las ciudades lo haría en un coche alquilado, asique partiendo de esta información, busqué hoteles y todo lo que se podía ver en cada una de estas ciudades. Me hice un planning de lo que iba a ver cada día, y con esa lista me presenté aquella mañana de Agosto en el aeropuerto dispuesta a coger un avión que convertiría mi listado en una realidad palpable.

No fue hasta que cogí el metro de Roma, cuando me di cuenta que estaba totalmente sola. Subí al tren con 4 españoles, que si bien no intercambiamos palabra alguna, el escucharles me hacía sentir que íbamos juntos a alguna parte. Bajamos en la misma parada, pero ellos se desviaron unas calles más adelante, y a mí aún me tocaba un largo recorrido por hacer con una pesada maleta y una calle cuesta arriba. Fue precisamente en ese instante, cuando los 2 grupos nos separamos, cuando me di cuenta que si, que estaba sola, yo, mi maleta y mi dolorosa ruptura sin asumir… Me tocaba seguir mi camino.
No creo que sea capaz de encontrar las palabras exactas que puedan describir lo desolador que estaba siendo la situación para mí. De golpe apareció un nudo en el estómago, una sensación de pesadez, de vacío absoluto, de tristeza, de agobio, de desesperación, y sobre todo, de soledad… Yo miraba aquella cuesta arriba y veía imposible el poderla subir, tuve que parar varias veces para tomar aire y poder continuar. Hacía un calor tan insoportable que el aire era imposible de respirar, se me secaba la boca y me faltaba el aire, tenía una sed espantosa. Cada esfuerzo para subir la cuesta se me hacía cada vez más duro e imposible, pero no tenía alternativa.

Por fin llegué al hotel, apenas lo vi al final de la calle sentí un enorme alivio. Una vez que pasé el check-in y me llevaron a la habitación, cerré la puerta y empecé a revisar el cuarto. No era especialmente grande, pero estaba bien. Me senté en aquella cama de matrimonio intentando descansar del viaje, y de repente una enorme angustia me invadió. No sé si fue el verme sola, el cansancio del viaje o que simplemente no llevaba un buen día, pero lo cierto es que tuve que levantarme con urgencia y encerrarme en el cuarto de baño. Allí rompí a llorar desconsoladamente, las lágrimas, la ansiedad, la tristeza y la desesperación no me dejaban respirar, mientras me preguntaba qué hacía allí, dónde estaba mi pareja y si él algún día iba a volver.
Creo que fue justo en ese momento cuando salí del estado de shock en el que llevaba viviendo los últimos 2 meses, me di cuenta que estaba sola, y lo estaba porque mi pareja me había dejado, y que seguramente se había marchado para no volver jamás.
Cuando conseguí tranquilizarme, salí del cuarto de baño con los ojos rojos e hinchados, y rebusqué entre mi bolso hasta que encontré una bolsa de plástico que contenía un bocadillo que mi padre me había preparado aquella mañana. Entre lágrimas me lo comí, pensando en el viaje en coche de mi padre aquella mañana, lo recordé y lo eché de menos, a pesar que nunca tuvimos una buena relación, pero aquel bocadillo me recordó que había alguien, si había alguien a unos cuantos kilómetros de distancia que me quería, que había tenido el cariñoso gesto de prepararme un bocadillo para que tuviera algo que comer durante el viaje. Creo que fue el gesto más humano que había tenido aquel triste día.
Mientras me comía el bocadillo y las lágrimas recorrían mis mejillas, comencé a escribir como me sentía en aquel momento. Los ojos humedecidos apenas me dejaban ver lo que estaba escribiendo, y continuamente tenía que limpiarme las lágrimas.

Me di cuenta que no podía estar así. Que tenía que disfrutar de aquel maravilloso viaje, que Italia me esperaba y Roma, estaba bajo mis pies deseando a que la recorriera.
Eran las 4 de la tarde, asique cogí mi cámara, mi mochila, y teniendo los ojos aún humedecidos acudí a la llamada de Roma. Al salir del hotel tomé aire, y me relajé, cogí el metro y me planté en el centro de la ciudad. Ya tenía otra actitud, otra mirada, estaba ilusionada por algo.
Nada más salí de la boca del metro El Coliseo me estaba esperando. Se me cortó la respiración de la emoción. Y entonces, justo en ese momento, por fin, sonreí.


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