"Cómo quiere la pasta?", me preguntaba cada noche el camarero del hotel, mientras sujetaba un paño con el antebrazo. Todas las noches se repetía el mismo ritual.
Si tenía suerte, compartía mi cena con otros huéspedes del hotel, aunque estábamos en mesas diferentes el escuchar otras conversaciones (aunque no fuesen en mi idioma) no me hacían sentir tan sola.
En cierta ocasión, estábamos un matrimonio y sus hijos y yo. El resto del salón estaba vacío. Yo cenaba tranquilamente, hasta que se marcharon. De repente, un silencio ocupó toda la sala, estaba yo, mi plato de pasta y... nadie más. Un agobio enorme me albergó el corazón, y no pude seguir cenando.
Me levanté, con un nudo en la garganta con el firme propósito de marcharme de allí cuanto antes, justo en ese momento salió el camarero alegre y sonriente, preguntándome si quería postre. Yo, a punto de romper a llorar, y sumamente agobiada le dije que no. Y desaparecí de allí.
Para evitar esta situación que se repetía con frecuencia, decídí bajarme a la noche siguiente con una guía de Italia. Así, mientras cenaba organizaba el día siguiente, sin tener que estar pendiente de si había gente o no.
A partir de entonces las cenas fueron un poco mejor.
A medida que iban pasando los días, yo me iba percatando que, quizás, la decisión de romper de mi ex había sido definitiva. Como comenté en alguna ocasión, mi ex no planteó la ruptura como algo definitivo, más bien parecía que dejaba la puerta abierta por si acaso. Así estuvo los 2 primeros meses que mantuvimos contacto después de haberme dejado.
Yo le preguntaba en aquellas conversaciones si de verdad era algo que no tenía marcha atrás, a veces me decía que si, a veces que no, y otras que no lo sabía...
Pero en el viaje es la primera vez, después de 3 meses de ruptura, que empiezo a plantearme de si de verdad esto ya no tiene vuelta atrás. El solo hecho de pensarlo me generaba auténticas crisis de ansiedad, asique para evitar estas situaciones, y teniendo en cuenta que estaba sola, lejos de casa y que era mi primer viaje en solitairo, apartaba esa idea de mi mente.
Pero el episodio que más me chocó fue cuando, una noche mientras dormía, soñé que iba en coche descapotable, riendo, recorriendo aquellas tierras italianas, y a mi lado, acompañándome estaba mi ex. Él también estaba disfrutando como yo de aquel viaje y se reía y el sol le iluminaba la cara... Que desagradable sorpresa me llevé cuando, al despertar, descubrí que solo era un sueño, y que me encontraba durmiendo en una cama inmensa yo sola, en un hotel perdido de Roma...
Yo mantenía mi mente ocupada y mi tiempo, recorriendo aquellas calles, aquellos monumentos y ciudades, lo que me permitía aliviar un poco la pesadez que llevaba, pero a medida que van pasando los días, siento la necesidad de volver a casa.
Echaba de menos a mi familia, mi casa, mi cama, y sobre todo, el no sentirme tan sola todo el tiempo...
El día de mi regreso, ya en el aeropuerto de Roma, mientras estoy facturando la maleta, veo a una pareja, él italiano, ella española, que se despedían. Ella lloraba, y él sonreía. Ella volvía a España, supongo, después de haber pasado unos días con su pareja. Cuántas veces habré vivido yo aquella escena con mi ex?, 50?, 80?, 100?, 200 veces?... Imposible calcularlo, y es que 6 años y medio de relación a distancia dan para mucho.
Me quedé observando a aquella pareja mientras se despedían. Para ella se notaba que era duro. Pregunto si seguirán juntos...
Estás pasando por una ruptura sentimental?, no sabes qué hacer?, no entiendes cómo te sientes?... En este blog, comentaré mis propias experiencias vividas por mí, ya que me han dejado recientemente. Espero, puedas sentirte comprendido y aliviado en este largo y duro caminar...
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miércoles, 27 de septiembre de 2017
sábado, 23 de septiembre de 2017
Italia. Parte I
Italia
debe ser unos los países más bonitos para recorrer, en cada rincón se respira
historia, arte, cultura… Y yo llevaba demasiado tiempo queriéndolo conocer.
Pero como todo en la vida, uno planea y las situaciones y las circunstancias
deciden, y a uno no le queda más remedio que adaptarse. Eso me pasó a mí…
Siempre que imaginaba el viaje a Italia, mi ex estaba a mi lado disfrutando
de aquel país que tanto ofrecía, los dos juntos recorríamos sus calles,
visitábamos sus museos y monumentos y charlábamos con la gente de forma
animada, intentando empaparnos lo máximo posible de su cultura y costumbres.
Nada de eso sucedió.
Pisé suelo
italiano apenas 2 meses después de la ruptura, con la única compañía de una
maleta sin saber muy bien que hacía allí. En principio mi objetivo era
pasármelo bien, disfrutar de aquel país de la misma manera que me lo había
imaginado cientos y cientos de veces en mi mente, pero la circunstancias
habían cambiado drásticamente, y yo me encontraba en pleno proceso de duelo,
intentado digerir una ruptura que me había venido grande, que no era capaz de
asumir ni de entender, y con el firme convencimiento que la situación era
totalmente reversible.
No, no lo
tenía ni mucho menos asumido, de hecho, aún me encontraba en estado de shock
total. Y con este panorama, mi padre me llevó al aeropuerto, no sin sus dudas
de que quizás, ese viaje no fuese una buena idea para una chica sola, por
supuesto, nunca me dijo nada ni se opuso, pero yo podía intuir sus
pensamientos a través de su mirada y de su nerviosismo.
Yo, por mi
parte, hasta ese momento me sentía segura de mi decisión. Unas cuantas
semanas atrás había tomado la firme decisión de no quedarme en casa en mis
vacaciones, sinceramente, no podía haber algo más deprimente que pasarme las
2 semanas de vacaciones tirada en la cama, llorando desconsolada y esperando
una llamada...
Con
Internet como máximo aliado, organicé mi viaje en función de las ciudades que
quería conocer: Roma, Napoles, Florencia y Venecia. El enlace entre las
ciudades lo haría en un coche alquilado, asique partiendo de esta
información, busqué hoteles y todo lo que se podía ver en cada una de estas ciudades.
Me hice un planning de lo que iba a ver cada día, y con esa lista me presenté
aquella mañana de Agosto en el aeropuerto dispuesta a coger un avión que
convertiría mi listado en una realidad palpable.
No fue
hasta que cogí el metro de Roma, cuando me di cuenta que estaba totalmente
sola. Subí al tren con 4 españoles, que si bien no intercambiamos palabra
alguna, el escucharles me hacía sentir que íbamos juntos a alguna parte.
Bajamos en la misma parada, pero ellos se desviaron unas calles más adelante,
y a mí aún me tocaba un largo recorrido por hacer con una pesada maleta y una
calle cuesta arriba. Fue precisamente en ese instante, cuando los 2 grupos
nos separamos, cuando me di cuenta que si, que estaba sola, yo, mi maleta y
mi dolorosa ruptura sin asumir… Me tocaba seguir mi camino.
No creo
que sea capaz de encontrar las palabras exactas que puedan describir lo
desolador que estaba siendo la situación para mí. De golpe apareció un nudo
en el estómago, una sensación de pesadez, de vacío absoluto, de tristeza, de
agobio, de desesperación, y sobre todo, de soledad… Yo miraba aquella cuesta
arriba y veía imposible el poderla subir, tuve que parar varias veces para
tomar aire y poder continuar. Hacía un calor tan insoportable que el aire era
imposible de respirar, se me secaba la boca y me faltaba el aire, tenía una
sed espantosa. Cada esfuerzo para subir la cuesta se me hacía cada vez más
duro e imposible, pero no tenía alternativa.
Por fin
llegué al hotel, apenas lo vi al final de la calle sentí un enorme alivio.
Una vez que pasé el check-in y me llevaron a la habitación, cerré la puerta y
empecé a revisar el cuarto. No era especialmente grande, pero estaba bien. Me
senté en aquella cama de matrimonio intentando descansar del viaje, y de
repente una enorme angustia me invadió. No sé si fue el verme sola, el
cansancio del viaje o que simplemente no llevaba un buen día, pero lo cierto
es que tuve que levantarme con urgencia y encerrarme en el cuarto de baño.
Allí rompí a llorar desconsoladamente, las lágrimas, la ansiedad, la tristeza
y la desesperación no me dejaban respirar, mientras me preguntaba qué hacía
allí, dónde estaba mi pareja y si él algún día iba a volver.
Creo que
fue justo en ese momento cuando salí del estado de shock en el que llevaba
viviendo los últimos 2 meses, me di cuenta que estaba sola, y lo estaba
porque mi pareja me había dejado, y que seguramente se había marchado para no
volver jamás.
Cuando
conseguí tranquilizarme, salí del cuarto de baño con los ojos rojos e
hinchados, y rebusqué entre mi bolso hasta que encontré una bolsa de plástico
que contenía un bocadillo que mi padre me había preparado aquella mañana.
Entre lágrimas me lo comí, pensando en el viaje en coche de mi padre aquella
mañana, lo recordé y lo eché de menos, a pesar que nunca tuvimos una buena
relación, pero aquel bocadillo me recordó que había alguien, si había alguien
a unos cuantos kilómetros de distancia que me quería, que había tenido el
cariñoso gesto de prepararme un bocadillo para que tuviera algo que comer durante
el viaje. Creo que fue el gesto más humano que había tenido aquel triste día.
Mientras
me comía el bocadillo y las lágrimas recorrían mis mejillas, comencé a
escribir como me sentía en aquel momento. Los ojos humedecidos apenas me
dejaban ver lo que estaba escribiendo, y continuamente tenía que limpiarme
las lágrimas.
Me di
cuenta que no podía estar así. Que tenía que disfrutar de aquel maravilloso
viaje, que Italia me esperaba y Roma, estaba bajo mis pies deseando a que la
recorriera.
Eran las 4
de la tarde, asique cogí mi cámara, mi mochila, y teniendo los ojos aún
humedecidos acudí a la llamada de Roma. Al salir del hotel tomé aire, y me
relajé, cogí el metro y me planté en el centro de la ciudad. Ya tenía otra
actitud, otra mirada, estaba ilusionada por algo.
Nada más
salí de la boca del metro El Coliseo me estaba esperando. Se me cortó la
respiración de la emoción. Y entonces, justo en ese momento, por fin, sonreí.
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