sábado, 11 de junio de 2016

La despedida

Hacía tiempo que no recordaba la despedida de mi ex... Pero hoy he querido compartirla con vosotros.

Una semana antes me había llamado por teléfono para dejarme, y tuve que rogarle durante varios días para que quedase conmigo personalmente, para que me mirara a los ojos y poder escuchar de sus propios labios lo que me había afirmado por viva voz.
Después de varios ruegos accedió...

Si tuviera que decidir el peor momento de mi vida, yo creo que sería este, el último día que le vi... No solo porque sería el último que le vería, sino por el acto humillante, triste y lamentable que fue para mí, el tener que rogarle que no me dejase, que por favor volviese conmigo...

Siempre fui una persona orgullosa y de ideas claras, pero aquel día no sé donde dejé el orgullo y el amor propio... Si, me arrastré hasta el subsuelo, como muchos de los que aquí estamos...

Por qué quiero compartir con vosotros lo que un día, hace mucho tiempo ya, dolorida, triste y abrumada de sentimientos, escribí?, porque lo escribí con la idea de publicarlo en el blog, pero nunca tuve el valor suficiente como para poder colgarlo aquí, siempre me lo guardé para mí, y hoy me apetece compartirlo.

Ahora que ha pasado tanto tiempo y que he vuelto a releer este apartado, analizo lo sucedido desde la cómoda butaca de la distancia... siempre fácil, siempre confortable... y desde donde se pueden sacar las conclusiones más ajustadas a la realidad...

Os copio desde aquí lo que yo escribí en su día en mi portátil a modo de testimonio. Añadir, que si bien ese día lo pasé mal, lo cierto fue que lo peor estuvo por venir pocas semanas después...

LA DESPEDIDA:


Las despedidas siempre son tristes. Y las nuestras en particular, durante los últimos años sobre todo, cobraron ese tinte de tristeza, que contra todo pronóstico, lejos de desaparecer esa sensación comenzó a acentuarse aún más.

El problema de nuestra despedida fue las expectativas que yo tenía de la misma: demasiadas. Ansiosamente esperaba verte aquel día, y parecía que nunca llegaba…
Aquella tarde salí corriendo de la oficina, eran ya casi las 7, y era la hora a la que había quedado contigo en la estación de autobuses.
Por mis prisas, por mis agobios, y en definitiva, porque no tenía la cabeza en mi trabajo, a los 10 minutos de haber salido, recibí la llamada intempestiva de mi jefe, siempre con sus buenos modales, siempre con su saber estar, siempre con su buena educación, para gritarme y decirme que se me había olvidado presentarle un informe.
Obviamente tuve que regresar a la oficina. Allí me esperaban malos modos, malas caras y hasta ciertas burlas. Lo que hizo aumentar mi malestar.

Salí tarde y por razones obvias llegué tarde. Tú me esperabas sentado, tranquilo, en la sala de espera de la estación de autobuses. Rodeado de maletas, mirando a la nada, parecías relajado. Al verme, te levantaste animado, sonriente, para saludarme.

Lejos quedaron tu dulzura, tu cariño y tu ternura. Me agarraste del cuello, no sin cierta violencia y me diste 2 besos, como si fuéramos 2 desconocidos… Yo me quedé un poco aturdida por la situación, pero enseguida comprendí que todo lo tenías totalmente ensayado. Sabías cómo ibas a comportarte, qué ibas a decirme y que ibas a hacer… Estaba claro que durante tu viaje habías estado meditando la situación.

Caminamos juntos, pero manteniendo cierta distancia, por la calle, buscando un lugar donde sentarnos. Cuando lo encontramos, comenzaste a hablar sin parar. Se notaba que estabas nervioso y que intentabas por todos los medios evitar el tema.
Me hablabas de cuestiones, de gente y situaciones que a mí, en aquel momento, apenas me interesaban. Yo me limitaba a mirar a la mesa o al horizonte, evitando en todo momento chocarme con tu mirada. Ya no eras el mismo de siempre, y comprendí en aquel instante, que la persona que tenía a mi lado, la que no paraba de hablar, la que intentaba a toda costa mantener cierta distancia con respecto a mí, había cambiado.

Cansada y abrumada por tantas palabras, cerré mi silencio y decidí hablar. Recuerdo que me lancé al ruedo, sin capota y sin traje de luces con un escueto: “Y ahora que va a pasar…?”. A partir de ahí, no sé muy bien cómo, te convertirse en una especie de monstruo. Tu inseguridad desapareció por completo. Y sólo recuerdo frases del tipo: “Me he enamorado de otra y no puedo estar contigo”, “nuestra relación estaba muy mal”, “yo no te voy a decir lo que tienes que hacer, ese es tu problema…”.
Era evidente que ya no me querías, que ya no querías estar conmigo.

Te pedí explicaciones, pero para todo tenías respuestas, parecía que todo lo tenías muy claro y muy decidido. Mi opinión había dejado de importar, ya no contaba para nada, y en lugar de conseguir mi objetivo, que era que meditaras tu error y volvieras conmigo, lo único que obtuve a cambio fue sentirme peor de lo que ya estaba.
Cuando la charla empezó a ser incómoda, cuando ya no estaba a tu favor, sobre todo, porque yo había roto a llorar, y claro, la escena empezó a molestarte, decidiste darla por acabada y pediste la cuenta al camarero.

De camino a la estación, me sumí en el silencio. Miraba al suelo, un tanto aturdida por tus explicaciones y del modo en el que me dejabas. Cuando llegamos, te marchaste durante un momento. Yo me sujeté a tu maleta. Era lo único que me mantenía de pie, lo único que era estable en mi vida.
Comencé a llorar, primero en silencio, como si no quisiera molestar. Una mujer, que se encontraba a mi lado, se acercó preocupada, y me preguntó si me sucedía algo. Negué con la cabeza y se marchó ante mi negativa.

Luego apareciste, charlando animadamente no recuerdo muy bien de qué, como si ya hubieras realizado tu trabajo, como si ya hubieras superado el trámite del día, que no consistía en otra cosa más que en despacharme lo antes posible.
Recuerdo que no me quité las gafas, porque al igual que dias anteriores, me podía imaginar como tendría los ojos.

Durante un instante mantuviste silencio, como si no supieras muy bien qué decirme. Me pediste que me marchase a casa, y yo me negué. En ese instante sentí, más que nunca tal vez, que querías acabar con este trámite lo antes posible.
Para mi sorpresa, mostraste un sentimiento de humildad, que yo llevaba sin percibir por tu parte desde hacía semanas. Me abrazaste. Y en cierta manera me sentí un tanto aliviada, porque pude comprobar que aun conservabas un lado humano.
Sin embargo, enseguida te convertiste nuevamente en un monstruo.
Cuando parecía que sacabas de dentro de ti ese lado que te hace humano, ese lado en el que yo podía percibir un mínimo de sentimientos, fue en ese instante cuando me dijiste: “no te mereces a alguien como yo, te mereces a alguien mejor”. En pocas palabras, que me fuera con otro. Como si yo fuera un juguete, como una muñeca hinchable vieja, usada, que ya no hace gracia a nadie, que se pasa de mano en mano para divertimento de todos. Así fue como yo me sentí.

Te pedía disculpas una y otra vez. Pero lo más lamentable de todo, era que te pedía disculpas sin saber muy bien porqué…, culpable de qué?, que te había hecho yo?.
Ante mi desesperación, volviste a abrazarme, no sé si para que yo me sintiera mejor o para sentirme mejor tú. La cuestión es que siempre tuve la sensación, que toda la situación que se desarrolló en la estación de autobuses, por más que tú hubieras tenido todo preparado, por más que tú tuvieras todo ensayado, aquello, sin esperarlo, se te fue de las manos.

Una vez más, cuando las situaciones no son de tu agrado, decides ponerle fin. Me dices que el autobús se va a marchar. Me coges de la mano, te vas alejando poco a poco, tu mano se desliza sobre la mía, abandonándola, como despidiéndote de mí, hasta que finalmente me sueltas y me dejas caer la mano.
Te subes al autobús, yo me quedo al lado del cubo de la basura, como una muñeca hinchable vieja, deshinchada, sin gracia y triste.
De vez en cuando me miras por la ventana, pero en realidad no quieres ver el resultado de tus actos: has dejado a una persona destrozada, sin rumbo, confusa y que no puede parar de llorar por culpa de tus malos actos.
Sin embargo, prefieres mirar al frente, a la nada, antes que mirarme a mí. Cuando parece que la situación te supera, me haces una seña para que me marche a casa, y yo nuevamente niego con la cabeza. Me quedo inmóvil, esperando no sé muy bien qué.
El autobús tarda en marcharse, y creo que en ese momento el tiempo se detuvo, y se hizo eterno.

Cuando finalmente arranca, me haces un gesto con la mano, como despidiéndote amigable, como otras tantas veces. Con la diferencia que en esta ocasión para mí, ese saludo carece de valor, no es más que un puro trámite de oficina de funcionario.
Siempre mantuve que en el instante en el que el autobús arrancó, respiraste aliviado, porque seguramente en ese momento deseabas, más que nunca, marcharte cuanto antes, y acabar con todo esto lo antes posible.


El autobús se marchó, y yo corrí tras él. Se paró en un semáforo, y yo seguí corriendo, con tacones y cuesta arriba, con la esperanza de alcanzarle y pedirte que te bajaras y no te marcharas, que te quedaras a mi lado.
Apenas podía ver, tenía los ojos llenos de lágrimas pero yo seguí corriendo con todas mis fuerzas para alcanzar al autobús. Sin embargo, el semáforo se puso en verde, y el autocar arrancó.
Yo no pude llegar, y dejé de correr, mientras veía como te alejabas de mí poco a poco, con la sensación que no podía hacer nada para evitarlo.

Regresé al coche andando lentamente. Fue ahí, cuando comprendí que me quedaba un duro trabajo de meses por delante.
Cuando llegué al coche, me senté en el asiento del conductor. Me miré nuevamente el rostro por el espejo retrovisor, y lo que ví no me gustó.
Tenía la cara completamente blanca, sin maquillaje, el rimel se me había corrido de tanto llorar, y había dejado por debajo de mis ojos dos caminos negros de pintura, lo que me daba el aire de un payaso triste.
Al mirarme los pies, vi que tenía unas carreras enormes en las medias, lo que acentuó aun más mi desdicha. Aquella despedida, no tenía nada que ver con todas las demás. Era aun peor, porque tenía la impresión que sería la última vez que iba a verte en mi vida.

Mientras regresaba a casa, comencé a planear mi recuperación, mi estrategia a seguir para lograr sentirme un poco mejor cada día. Ya no quería seguir viendo esa mirada de payaso triste.
Una o dos horas después de tu despedida, me enviaste un mensaje que nunca respondí, pidiéndome disculpas por todo lo que me habías hecho. Sin embargo, ese mensaje, no me consoló, simplemente me empujó a seguir adelante en mi empeño de encontrarme mejor, en idearme una estrategia para superarme.

Aquel día, quedó grabado en mí como el día de nuestra despedida. Fue la última  vez que te vi, que pude sentirte, que pude tocarte, que pude respirar el mismo aire que tú, que pude estar a tu lado. Pero también fue el día que dio el pistoletazo de salida a mi recuperación, a mi plan de trabajo diario, que es el único medio que me hace sentir viva, que me hace sentir capaz de superarme y llegar muy lejos en lo que me proponga…

4 comentarios:

  1. Todos los finales son tristes. El que narras Nat, es muy triste... creo que todo hombre desearía que una mujer este así con él, que no quiera que la deje, que quiera compartir sus vidas juntos...

    Yo también recuerdo el día ..como si fuera ayer, y si lo recuerdo...me viene tristeza...pues no senti más tristeza en mi vida que ese día.

    Siento que te sintieras así, seguro que eres una gran mujer y algún día quizás se de cuenta, que dejo escapar la oportunidad de estar con una persona que jamas le hubiera fallado.

    Gracias por compartir esto, se que debe haber sido duro mientras escribias tener que recordar todo de ese día.

    Saludos.

    Dimi

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  2. Hola Dimitri!,

    Muchas gracias por tu comentario!. Desgraciadamente, lo que tú piensas, no es lo que piensa él, por eso me dejó.
    Yo no sé si seré o no una gran mujer, pero si te puedo asegurar que jamás le hubiera fallado. No lo hice nunca en 6 años. Siempre estuve ahí, apoyándole, animándole...

    Comparto tu sentimiento de que ese día fue el día que más tristeza sentí.
    Cuando escribí esta entrada, hace ya mucho tiempo, no podía dejar de llorar al recordar el momento, y se me caían las lágrimas al recordarlo.
    Hoy, que ha pasado tiempo, lo he vuelto a leer antes de publicarlo, y sentí mucha pena y tristeza, pero no por que el me dejara, si no por la situación tan humillante y triste que viví.

    Espero que el leer mi historia no te haya hecho daño a ti, porque en ningún caso fue la intención de publicar este post...

    Un saludo.
    Natassha.

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  3. Mi ex tambien se distancio emocionalmente. En vez de hablar se iba y salia con otras. Siento que no le implrtaba que siento ni que me pasaba...siebto un gran dolor cuando pienso en el ademas de verguenza . Ka gente cercana a el lo notaba y yo finalmente pude abrir los ojos ... me dejo sola porque no me quiso

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    1. Hola Milin,
      Ciertamente suele suceder que los demás de nuestro entorno ven la situación antes que nosotros... Nosotros simplemente no queremos verlo.
      Me quedo con tu última frase, define perfectamente las rupturas: "me dejó sola porque no me quiso".

      Un saludo.
      Natassha

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