Un error lo
puede cometer cualquiera, y yo no he sido la excepción, yo hice muchas cosas de
las que después me arrepentí. Por suerte, nunca me machaqué por ello,
simplemente intenté entender mis decisiones en función del contexto en que las
tomaba…
Un gran
error después de la ruptura, fue correr más de lo que realmente debía. Y es que
6 meses después que mi ex me dejó conocí a una persona, a un chico de mi edad,
con el que no tenía nada en común, pero al que yo veía como mi futura pareja.
Conocí a
esta persona de casualidad, sin buscarla. Y empezamos a quedar para tomar algo,
o ir al cine.
Lo cierto es
que esta persona realmente no me aportaba nada, apenas teníamos cosas en común,
pero en aquel momento me daba algo de diversión, ya que me sacaba de casa para
salir, alimentaba en mí una pequeña ilusión y de alguna manera también me
olvidaba de mi ruptura. O eso yo creía…
A los 6
meses de mi separación, yo no lo tenía superado, aún sufría y echaba mucho de
menos a mi ex. Notaba su ausencia, y de alguna manera lo seguía esperando. No
estaba en condiciones de comenzar una nueva relación con nadie, en embarcarme
en una historia de la que, con total seguridad, saldría mal parada…
Una noche,
salimos a cenar, él, muy amablemente me dijo que me llevaría a casa, asique
acepté a subir a su coche, como ya lo había hecho en otras ocasiones. Pero
aquella noche, el chico no quería terminar tan pronto la velada… tenía planes
conmigo…
No sé cómo
sucedió, ocurrió tan rápido que apenas tuve tiempo de darme cuenta, pero el
coche se paró en una especie de descampado. Allí se juntaron la testosterona y
el calentón de él, y la soledad, el dolor y el vacío míos. Los dos perseguíamos
el mismo objetivo, pero por motivos bien distintos… era evidente, que la cosa
no podía salir bien.
En el
asiento trasero del coche, ocultos tras los cristales empañados, yo me
imaginaba que era mi ex a quien besaba, a quien abrazaba y deseaba. Después de
6 meses, su ausencia y el vacío que había dejado en mi corazón, habían
provocado en mí tal soledad, tan necesidad de su compañía, que quise ver en
aquella persona a alguien que realmente no era, y mientras me dejaba engañar
porque lo quería ver, le besaba tan frenéticamente, que él chico se asustó,
pensó que quizás iba a comérmelo... Supongo que en aquel momento habrá pensado
que yo era una especie de depredadora sexual, o algo parecido.
Pero
haciendo honor a su virilidad, y no queriendo quedar como un hombre asustadizo
y cobarde, el chico en cuestión no quiso quedarse atrás. Y prosiguió con
la faena, quizás pensando que aquella noche había tenido mucha suerte al
encontrar a una chica tan fogosa, tan dispuesta y tan insaciable como yo…
En un
momento, escuché cómo él se bajaba la bragueta. Yo abrí los ojos, y mi sorpresa
fue mayúscula cuando me di cuenta que a quien estaba abrazando y besando tan
frenéticamente, era un sustituto de mi ex, con quien yo misma estaba intentando
engañarme.
De inmediato
paré la situación, le dije al chico que no podía seguir. Imaginaos la
situación: él, con una Torre Eiffel entre las piernas a punto de estallar, y
yo, con los ojos llenos de lágrimas al verme tan vulnerable.
Sentí
que la parte trasera de un coche acompañada por un chico por el que no sentía
nada, no era lugar para mí. Estaba confundida, sensible y sobre todo dolida.
Miré a través de la ventana empañada y solo vi oscuridad. Pero también me
percaté que estar dentro de ese coche no era mucho mejor que la oscuridad que
me acechaba en el exterior.
En esos momentos de silencio, en el que chico no
entiende lo que pasa, y parece que yo empiezo a entenderlo todo, comprendo que
mi estado anímico está tocado, y que hay que respetar sus tiempos de
recuperación.
Debo
afrontar que mi ex me ha dejado, y que no va a volver. Buscar un sustituto para
encontrar atajos en mi recuperación, no hará más que hacerme daño, no me
aportará nada a nivel personal y sobre todo, conseguirá que me sienta una
muñeca de trapo a merced de los chacales dispuestos a despellejarme para sacar
una buena tajada del suculento manjar servido en bandeja de plata.
Con
lágrimas en los ojos empecé a abrocharme la camisa, quería salir de allí. No
quería atajos, no quería caminos fáciles que no me enseñaran nada, quería
aprender, quería aceptar la situación, quería andar el camino difícil, el
pedregoso, en donde costaría caminar cada paso, en donde tropezaría varias
veces con las piedras, en donde me haría daño, pero volvería a levantarme, para
finalmente llegar al final del trayecto, mirar hacia atrás, hacia el camino
andado, y no poder reconocer a la persona que comenzó el camino en el pasado, y
ver en mí misma a una persona más madura, que ha evolucionado, que ha
aprendido, y aunque con algunas cicatrices y heridas, pero con una sonrisa en
los labios, pueda decir: “Vencí!”.
PD:
Para los que quieran saber qué pasó con el joven muchacho ardiente en deseos de
terminar la faena, les diré que yo me bajé del coche. Él estaba bastante
confuso porque no entendía que estaba pasando. Pero comprendió que yo no tenía
ningún interés en seguir.
Nos
despedimos, pero la situación era muy extraña para ambos. No volvimos a vernos,
hasta que semanas después me lo crucé. Él estaba con un amigo, y escuché como,
altivo y orgulloso, le decía: “Mira, con esa me enrollé!”.